jueves, 16 de diciembre de 2021

 

                    Segundo lugar: Semillas de libertad …Relato del Éxodo jujeño.


La orden había sido determinante, clara y precisa.

-¡Tierra arrasada! -Repetía Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, o “General Belgrano” a secas, como lo llamaban en el campo de batalla. La orden venia del sur, las lejanas tierras de Buenos Aires, el Primer Triunvirato dispuso “evacuar al pueblo jujeño, hasta Córdoba”.

-Tierra arrasada! -se escuchaba por las calles y los ojos de cientos de personas vagaban tristes. Todo lo que no pudieran llevarse, ardería.

Sin embargo, su voluntad estaba íntegra, el fuego dejaría cenizas y un lugar desierto. No habría lugar para que los realistas pudieran cobijarse, ni cereales o animales, para alimentarse, no habría nada para comercializar, nada encontrarían en San Salvador de Jujuy; sólo desolación.

Esta certeza, era el fuego interior de las almas, que soñaban libertad y soberanía, el fuego de la Independencia que mantenía fuertes y decididos a los revolucionarios.

Hombres, mujeres, niñas y niños acompañaban a Belgrano y al Ejército del Norte.

Entre sus filas, marchaba una mujer, que ya había batallado junto a Belgrano, en las invasiones inglesas; una mujer que sabía de esclavitud, de dolor, de desigualdades. Una mujer con sangre afro en las venas, morena, negra como la noche; de expresiones duras y mirada compasiva. Una mujer que había perdido a sus hijos y a su esposo en el campo de batalla. María Remedios del Valle, la parda, la niña de Ayohúma, la mujer que consagraría la admiración, el respeto y el cariño de todo el Ejército del norte y el reconocimiento, del General Belgrano.

La consagrada Madre de la patria, arengaba al pueblo jujeño, a ir en busca de una vida digna, y así fue…

Cargaron todo lo que pudieron en carretas, mulas y en sus espaldas. Sin mirar atrás, emprendieron su camino. El fuego fue voraz y comenzó a correr por las calles. Resplandeciente les iluminaba las espaldas. No era necesario verlo, lo oían, lo olían, abrazaba con su calor y la promesa que regresarían y sería un lugar mejor.

Marcharon a pie la mayoría, 360 km. hasta llegar a Tucumán, donde el pueblo tucumano recibió a sus hermanos y hermanas jujeñas; incitando a que se queden en esas tierras, que no marchen hasta Córdoba, que esperen a la defensiva a los realistas y emboscarlos. Juntar fuerzas y darles batalla.

El General Belgrano, desobedeció la orden del Triunvirato y se preparó para recibir a sus adversarios…

Corría septiembre de 1812, un mes y un día pasó desde aquel 23 de agosto que habían emprendido el éxodo; cuando una nueva batalla se inició, la famosa “Batalla de Tucumán” en la que Belgrano gritó:  - ¡Victoria! Y los realistas, dirigidos por Pío Tristán, debieron retroceder al norte. Los independentistas recuperaron parte de su territorio, pero sobre todo, la fortaleza, la esperanza y la valentía para ir por más.

Esta gratificación los indujo a seguir a los realistas hasta Salta y el 20 de febrero de 1813 consagraron la victoria, obteniendo el control de la región.

Estas victorias causaron la caída del Primer Triunvirato, que fue reemplazado por el Segundo Triunvirato que apoyó más fervientemente al Ejército de Norte.  

El camino hacia la Independencia aún estaba a medio recorrer. Batallas, desencuentros, traiciones y diferentes emociones vivirán los Pueblos del Sur. Con paso firme y la convicción de que “debían ser libres; que lo demás no importa nada” como dijo José de San Martín. .

 

Autora: Valeria Bettinotti 

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