Segundo lugar: Semillas
de libertad …Relato del Éxodo jujeño.
La
orden había sido determinante, clara y precisa.
-¡Tierra
arrasada! -Repetía Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, o “General
Belgrano” a secas, como lo llamaban en el campo de batalla. La orden venia del sur, las lejanas tierras de Buenos Aires, el Primer Triunvirato dispuso “evacuar
al pueblo jujeño, hasta Córdoba”.
-Tierra
arrasada! -se escuchaba por las calles y los ojos de cientos de personas
vagaban tristes. Todo lo que no pudieran llevarse, ardería.
Sin
embargo, su voluntad estaba íntegra, el fuego dejaría cenizas y un lugar
desierto. No habría lugar para que los realistas pudieran cobijarse, ni
cereales o animales, para alimentarse, no habría nada para comercializar, nada
encontrarían en San Salvador de Jujuy; sólo desolación.
Esta
certeza, era el fuego interior de las almas, que soñaban libertad y soberanía,
el fuego de la Independencia que mantenía fuertes y decididos a los
revolucionarios.
Hombres,
mujeres, niñas y niños acompañaban a Belgrano y al Ejército del Norte.
Entre
sus filas, marchaba una mujer, que ya había batallado junto a Belgrano, en las
invasiones inglesas; una mujer que sabía de esclavitud, de dolor, de
desigualdades. Una mujer con sangre afro en las venas, morena, negra como la
noche; de expresiones duras y mirada compasiva. Una mujer que había perdido a
sus hijos y a su esposo en el campo de batalla. María Remedios del Valle, la
parda, la niña de Ayohúma, la mujer que consagraría la admiración, el respeto y
el cariño de todo el Ejército del norte y el reconocimiento, del General
Belgrano.
La
consagrada Madre de la patria, arengaba al pueblo jujeño, a ir en busca de una
vida digna, y así fue…
Cargaron
todo lo que pudieron en carretas, mulas y en sus espaldas. Sin mirar atrás,
emprendieron su camino. El fuego fue voraz y comenzó a correr por las calles. Resplandeciente
les iluminaba las espaldas. No era necesario verlo, lo oían, lo olían, abrazaba
con su calor y la promesa que regresarían y sería un lugar mejor.
Marcharon
a pie la mayoría, 360 km. hasta llegar a Tucumán, donde el pueblo tucumano recibió
a sus hermanos y hermanas jujeñas; incitando a que se queden en esas tierras,
que no marchen hasta Córdoba, que esperen a la defensiva a los realistas y
emboscarlos. Juntar fuerzas y darles batalla.
El
General Belgrano, desobedeció la orden del Triunvirato y se preparó para
recibir a sus adversarios…
Corría
septiembre de 1812, un mes y un día pasó desde aquel 23 de agosto que habían
emprendido el éxodo; cuando una nueva batalla se inició, la famosa “Batalla de
Tucumán” en la que Belgrano gritó: - ¡Victoria!
Y los realistas, dirigidos por Pío Tristán, debieron retroceder al norte. Los
independentistas recuperaron parte de su territorio, pero sobre todo, la
fortaleza, la esperanza y la valentía para ir por más.
Esta
gratificación los indujo a seguir a los realistas hasta Salta y el 20 de febrero
de 1813 consagraron la victoria, obteniendo el control de la región.
Estas
victorias causaron la caída del Primer Triunvirato, que fue reemplazado por el
Segundo Triunvirato que apoyó más fervientemente al Ejército de Norte.
El
camino hacia la Independencia aún estaba a medio recorrer. Batallas,
desencuentros, traiciones y diferentes emociones vivirán los Pueblos del Sur.
Con paso firme y la convicción de que “debían ser libres; que lo demás no
importa nada” como dijo José de San Martín. .
Autora:
Valeria Bettinotti
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